4 de septiembre de 2014

Poder decir adiós...

Angustia, vacío, bronca, dolor... La muerte suele ser difícil de explicar. Mucho más cuando se da a una temprana edad. Y si esa muerte sorprende a un artista en el pleno desarrollo de su potencial, no existen teorías que alcancen. Todo ésto, sumado a cuatro años en coma a causa de un ACV, vuelven la muerte de Gustavo Cerati prematura pero previsible a la vez.

"Poder decir adiós, es crecer", "Gracias totales" y "Despiertame cuando pase el temblor", son algunas de las frases de Cerati que ya forman parte del patrimonio de la humanidad y que seguramente van a ser títulos de informes en todos los noticieros televisivos durante unos cuantos días.

Por mi parte, siempre lamenté no haber buceado más en su obra allá por la década del 90, cuando me encontraba paralizado por esa falsa dicotomía Redondos/Soda, que colocaba invariablemente al rock, las letras profundas y el barrio de un lado y al glamour, la vanalidad y el caretaje del otro. Esa absurda división de aguas, propagada por el público y nunca por los artistas, recién superada por mi en la etapa solista de Gustavo, me permitió darme cuenta - mejor tarde que nunca - que estábamos ante un artista de dimensiones surrealistas. Dueño de una pluma exquisita, con un oído sensible para innovar siempre desde el sonido y responsable de una obra musical infinita que quedará para la posteridad. Todo eso es Gustavo Cerati. Siempre estuvo ahí, sólo que yo no lo podía ver...

Sueña a frase hecha, pero hoy prefiero recordarlo desde su música. Nunca es tarde, "siempre es hoy"