Corría el año 2001, meses antes de la última gran crisis (¡mirá que casualidad!) y la Televisión Argentina de pronto se vio inundada de un nuevo formato cuyo éxito ya había sido probado en los países del primer mundo: Reality Show, tal su nombre obviamente en inglés, a lo que acá no nos esforzamos mucho en buscarle una traducción copada y lo adoptamos simplemente como Reality. Entre ellos, uno de los primeros en desembarcar en estas tierras fue Gran Hermano.
Quizás su mayor virtud (?) sea la simpleza extrema de la propuesta: doce participantes (así era al principio), seis varones y seis mujeres encerrados en una casa durante cuatro meses obligados a convivir con desconocidos. Todas las semanas ellos mismos debían decidir cuál de los compañeros les molestaría menos que abandone la casa (nominar) y después el público definía entre los dos pelotudos que menos se bancan más votados.
"La vida misma" era el slogan por esos días. O sea, todas las miserias humanas expuestas frente a desconocidos, sumadas al encierro y a la competitividad por un premio económico, haciendo un esfuerzo de abstracción sobrehumano y dejando de lado que nadie vive así, sin trabajar, sin el estrés que generan las obligaciones cotidianas, esperando las órdenes (?) de una voz supraterrenal que los caga a pedos ordena su agenda diaria, o sea, el Gran Hermano y, como toque final de este experimento macabro, con la presencia de las cámaras de televisión 24 horas del día.
Ayer comenzó una nueva temporada de la casa más famosa del país (?) y la primera Gala (¡Mamita los conceptos alrededor de esta porquería son el sueño de cualquier Sociólogo!) tuvo picos de 16 puntos de rating en América, una marca muy por encima de la media del canal. La pregunta es: ¿por qué una propuesta tan básica seduce a tanta cantidad de gente? No hay nada más que 14 personas desconocidas discutiendo por el uso del baño, la limpieza de la casa y algún que otro quehacer doméstico más. Las elecciones del público en materia televisiva siempre son difíciles de comprender. Evidentemente, existe algo entre el morbo, el entretenimiento pasatista y la cercanía de la gente común (?) con lo que ve en la pantalla. Poco más.
A todo ésto hay que sumarle un dato no menor: la propuesta de un debate (otra vez la pretensión de los conceptos) de notables de la TV (?) en la que discuten los principales eventos de la semana en la casa. Queda claro que si algo no existe es vergüenza en este mamarracho hito televisivo.
Por otro lado, se trata de la ¿Séptima? ¿Octava? edición (incluyendo una de semi famosos), por lo tanto de un formato híper desgastado lejos de la novedad (?) de las primeras temporadas. ¿Por qué la televisión tiene que meterse a revivir viejos formatos para conquistar audiencia? Ok, es televisión y no habría que pedirle demasiado. Nadie en su sano juicio va a pretender que se convierta en vehículo divulgador de alta cultura. A esta altura, nos conformamos con un mínimo de disimulo...
"Un millón de moscas no pueden estar equivocadas" suele ser el argumento legitimador de este tipo de éxitos difíciles de explicar. Aceptar esta premisa puede desembocar en el hecho de consumir lo que sea, sin exigencia alguna, cuando tal vez la salida sea esquivar todo lo posible la omnipresencia televisiva. Es una alternativa...