El paso del tiempo, tan inevitable como doloroso, en el fútbol como en la vida. Pero en el fútbol suele tener una crueldad tan marcada que aunque nos vayamos preparando para su llegada, aunque nos hagamos a la idea, nunca lo terminamos de asimilar. Nunca es suficiente. Nunca estamos del todo listos.
Andrés Iniesta anunció hoy que se retira del Barcelona al finalizar la temporada luego de 22 años en la institución y con él podemos decir que se termina una era (aunque todavía queda un tal Lionel Messi), tal vez la del mejor equipo de clubes de todos los tiempos. El tándem Xavi-Iniesta-Messi será rememorado de generación en generación pero nunca exagerado. No hay forma. Fue la máxima expresión teórica de fútbol llevada a la práctica de las últimas décadas.

Esta coherencia entre lo que hace dentro y fuera de la cancha agiganta su figura. Se trata de una apología del hombre común que te pinta la cara con la pelota en los pies. Es ese tipo por el que no das dos mangos en un fútbol 5 con amigos y no lo podés agarrar en todo el partido. La conferencia de hoy con lágrimas en los ojos anunciando lo inevitable da cuenta de todo ésto.
Iniesta no tiene el marketing ni la prensa de otras estrellas. Por eso mismo, está lejos de ser un Dios. Es más bien un tipo común que juega al fútbol como los Dioses. Un tipo que ganó 31 títulos con el Barcelona y se dio el lujo de llevar a la selección de España, siendo figura indiscutida, a ganar el primer Mundial de su historia. Logró mantenerse vigente (y determinante) durante dos décadas en uno de los clubes más exigentes del mundo, el mismo que nunca miró atrás cuando tuvo que jubilar a los Figo, Ronaldinho, Henry, Ibraimovich, Eto´o y siguen las firmas.
Pocos entendieron la dinámica del juego como él. Sin la explosión y verticalidad de Messi ni la pegada y gambeta en velocidad de Cristiano Ronaldo, por poner sólo a sus dos competidores actuales por el cetro del mejor de todos. Iniesta juega a otra cosa. Juega y hace jugar. La velocidad la tiene toda en esa cabeza de calvicie prematura. Hace lo más difícil que puede existir en el fútbol: jugar a uno o dos toques. Y andá a anticiparlo...
Serán tiempos de Mundial y gastar los últimos cartuchos en China. El legado ya está escrito. Sólo queda disfrutar y agradecer
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