Empezó el Mundial. Al fin terminan las previas interminables, esa enigmática manía del periodismo deportivo (no sólamente el deportivo) de informar las 24 hs sobre un acontecimiento de escala planetaria, aunque no haya nada que decir.
Uno de los mundiales con mayor resistencia interna de toda la historia, justamente en el país tal vez más futbolero del mundo. Grandes colectivos sociales expresaron (y expresarán seguramente) su rechazo a los elevados gastos dedicados a la organización, en un país marcado por la enorme desigualdad de clase. Como nunca antes, adquieren visibilidad manifestaciones en contra de la ostentación mundialista, cuando falta inversión pública en hospitales, transporte, viviendas, educación, etc.
Ésto no es patrimonio exclusivo de Brasil, está claro. Pero en un país con un gobierno que viene mostrando un alto grado de oposición popular, los gastos en ifraestructura (a veces excesivos, es cierto) para un acontecimiento deportivo, brindan el argumento preciso para quien se quiera oponer.
Alguna vez alguien me dijo que el fútbol es el opio moderno de los pueblos. Durante un mes, nos olvidaremos de la "causa Boudou", la inseguridad, la inflación, los precios cuidados, la carrera, pactos y traiciones de cara a las elecciones de 2015 y demás temas de menor importancia. Una especie de compensación simbólica, una alegría que nos haga olvidar los pesares cotidianos, una excusa para que aflore el sentimiento nacionalista (curioso, a través de 22 tipos corriendo detrás de una pelota!!). Todo eso significa un Mundial. Y mucho más también. La redonda tiene la palabra ahora...
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